Desde preadolescentes hasta treintañeros e incluso un creciente grupo de abuelos combativos, todo el mundo los está haciendo. Es difícil encontrar a un propietario de un smartphone que no se haya entregado en algún momento u otro a esta actividad. Cuando se pensó que tan solo era una moda pasajera, los selfies se convirtieron en una forma de vida y llegaron para quedarse.
Promueven el amor propio y la confianza, y una vez que lo dominas, desarrollas tu propio estilo y ángulo favorito con el que sacarte fotos. Pero, pese a todo el alboroto que montamos cuando nos queremos hacer una foto, los selfies relajan mucho, porque hay una delgada línea entre el amor propio y el narcisismo.
Por lo que, una vez que hemos elegido el momento para hacernos la foto, la ropa que vamos a sacar, la postura que vamos a tener y el filtro que vamos a aplicar, es normal que nos sintamos aliviados cuando ya la hemos tomado. Sin embargo, todavía hay un proceso más que es crucial, el feedback que recibimos.
Independientemente de si la foto es muy buena o no, para la mayoría de las personas es más importante el número de gustas que reciban para sentirse plenos. Pero, ¿por qué necesitamos la aprobación de los demás para sentirnos a gustos con lo que hacemos? Tenemos que tener la confianza suficiente para creer en lo que hacemos.
Además, el mundo de las redes sociales, no es un entorno en el que confiar. Puesto que, la mayoría de interacciones se hacen en base a dos planteamientos: la admiración y la retroalimentación. La mayoría de personas dan me gusta porque quieren recibir otro u otra cosa a cambio, o porque se trata de personas con muchos seguidores a las que admiran. Asimismo, juzgamos a una persona por el número de seguidores que tiene, algo absurdo, porque las fotos solo nos muestran retratos.
Así que, es conveniente, que antes de hacerte un selfie, tengas en cuenta todo ésto y puedas hacer tu propia reflexión.